Tras haber pasado por varias carreras, decidió estudiar Turismo. Luego, pasó cinco años dedicado a la montaña en Bolivia y el Perú. Finalmente, redescubrió el Oriente ecuatoriano y se quedó.
"Una vez, descubrí el río, me cautivó y, sobre todo, el hecho de vivir haciendo lo que me gusta", dijo mientras se dirigía a Jatunyacu, la parte alta de Napo, en donde prepara un descenso de rafting, actividad con la que se gana la vida.
Desde la empresa Ríos Ecuador, fundada en 1996 por un estadounidense enamorado de Napo, ha organizado descensos de todo tipo y paquetes que incluyen aventura e inmersión en la selva.
Un día normal en su vida consiste en una bajada cargada de adrenalina a través de los rápidos durante la mañana y, por la tarde, unas cervezas con sus amigos.
Arias reconoció que vive al día. Cada viaje completo cuesta $59, de los que él se lleva un porcentaje además de las propinas que dejan turistas europeos y estadounidenses. Pero eso no le importa. "No es tanto la seguridad sino la posibilidad de disfrutar", reconoció.
En un tiempo, tiene previsto desplazarse a los Estados Unidos para formarse en otras actividades de aventura, pero en sus planes está volver a Napo, zona que ofrece muchas posibilidades para este deporte, por el clima, la cercanía a Quito y el entorno selvático.
Añadió que se trata de uno de los "tesoritos" que tiene el Ecuador y no duda en que, cuando pase el tiempo, se quedará allí, en su cabaña.
En el río dedica también sus horas Fabio Chimbo, un indígena quichua de la comunidad de San Pedro de Awcatarti, una de las miles que se extienden en la rivera del río.
Al igual que su padre y su hermano, es canoero, "el taxista del río". Tiene 10 años llevando a gente de una comunidad a otra y también a turistas hacia a esos remansos de paz donde solo el motor de su canoa interrumpe el silencio vivo de la selva y la vida tranquila de los indígenas. Ni carros ni helicópteros, solo su canoa de madera.
En cada jornada, en la que él mismo fija su horario, puede ganar unos $20; $70 cuando la temporada es alta y miles de turistas se acercan curiosos a conocer el mundo de las comunidades.
Al igual que la mayoría de indígenas quichuas de la zona, el turismo supone para Chimbo su principal fuente de ingresos. Por eso, la presencia de turistas no les incomoda a él ni a los suyos, más bien, todo lo contario. Además, según subrayó, es para ellos un modo de dar a conocer su cultura y su forma de vida.
Con una inversión inicial en la canoa y el motor, que en conjunto puede alcanzar los $10 mil, sobre todo por el motor, Chimbo pretende enseñar el oficio a sus hijos.
Y es que, para ser canoero, hace falta arte. Napo se caracteriza por fuertes corrientes, y lidiar con este afluente del Amazonas no es sencillo. "Uno debe conocer el río, cada tramo", apuntó mientras reconocía que, pese a que no ha habido muchos accidentes, la canoa se puede hundir fácilmente.
Quien parece que no tiene miedo a esto es Elisabeth Hengley, una antropóloga canadiense que ha hecho también de Napo su hogar. Como muchos extranjeros, vino a pasar seis meses de voluntariado en las comunidades indígenas de la zona. Hace cuatro años de esto, y la crisis económica mundial le impidió que tomara un pasaje a la India, para quedarse también en el río, fascinada por el cacao.
"El Ecuador fue la síntesis de muchos de los lugares en los que he vivido, y por eso me quedé", añadió desde el cobertizo de su majestuosa cabaña, en el que cuelgan unas tumbonas al frente del río, a más o menos un kilómetro de Puerto Misahuallí.
Hendley se dedica exclusivamente al cacao. Durante su período como voluntaria, se quedó maravillada al haber conocido que el chocolate y los derivados del cacao procedían de un árbol.
Tanto así, que ahora dedica todas sus energías a divulgar el proceso del cacao ecuatoriano, "el mejor del mundo", según reconoció, por las condiciones climáticas que ofrece el Ecuador. No obstante, entre risas, dijo que no quiere que se sepa, para evitar la explotación a gran escala.
Junto a la cabaña en la que vive, está edificando otra, a la que convertirá en un gran museo del cacao. Por el momento, tiene una habitación decorada con mucho gusto en la que ha montado un minimuseo abierto al público.
Hendley ha sido aceptada por las comunidades y adora el lugar. "Aquí, los niños se mueven con libertad, no existe el miedo", agregó.
Desde fuera, aunque no desde tan lejos como Elisabeth, vino también Franklin Morán, un fluminense que se siente aguanense de corazón, en referencia a la comunidad Aguano, cerca de donde vive y trabaja: La Casa del Suizo.
Morán, de 45 años, es el chef de este privilegiado hotel, emplazado en medio de Napo. Sirve a un promedio de 60 personas diarias durante todo el año y disfruta su quehacer en este entorno privilegiado, así como de la acogida de sus gentes.
Solo es uno más, al igual que Arias, Hendley o Chimbo, que, procedente de fuera o del mismo Napo, se quedó prisionero de este lugar nada más al verlo, y no lo puede dejar. "Vivo enamorado", concluyó el cocinero mientras preparaba un pescado recién traído de una comunidad. (RMD)
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