Por:
Juan Carlos Maldonado
Viajar a la Amazonía es siempre
para mí un re-encuentro con la vida misma, con la magia que esconde esa
naturaleza explosiva que llena mi espíritu. Este viaje es más especial
aún, pues voy a Veracruz, parroquia del Puyo, para visitar a Rodrigo Cevallos,
un artista excepcional que ha encontrado en los cuerpos humanos el mejor de los
lienzos para representar a la naturaleza.
Rodrigo nació en Tarqui,
también en la provincia de Pastaza, pero se radicó desde niño en
Veracruz. En su pueblo se nota la presencia del artista, muchas casas han
sido pintadas por él y por jóvenes que ha agrupado para desarrollar actividades
creativas. Todos lo conocen, lo aprecian y lo admiran. En su hogar,
que es también su taller, con las puertas abiertas que dejan entrar la brisa
del bosque, empieza a compartir su historia.
¿Desde
cuando empezaste a sentir inclinación por el arte?
Creo que toda mi vida tuve
afinidad por el arte, aunque de una manera no muy definida. Incluso de
niño era muy esquemático en todo lo que hacía, en mis juegos, en todo lo que
observaba, hasta para barrer y arreglar mi casa. Pero en toda mi niñez y
mi juventud, por mi situación económica, nunca tuve la oportunidad de
desarrollar mi capacidad pictórica.
¿Terminaste
el colegio aquí en Veracruz?
No, terminé el bachillerato en
Quito. Fue entonces cuando pude conocer las obras de grandes pintores
como Kingman, Endara o Guayasamín, y me quedé admirado de cómo ellos pudieron
llegar al mundo con esas obras maravillosas. Eso me hizo volver a esa
afinidad con el arte que tuve desde niño, y empecé a rayar, a manchar y a hacer
bocetos. Era una necesidad interna de crear mi forma de arte. Luego
de unos pocos años regresé e Veracruz porque se abrió un colegio de artes y
decidí hacer nuevamente el bachillerato con una especialidad en cerámica.
Esa fue mi escuela, trabajaba con todo lo que podía, cerámica, yeso, madera,
colores… Hacía y deshacía, hasta que la final me gradué y no tenía ni una sola
obra completa, era demasiado inquieto para dar algo por terminado.
¿Luego
qué hiciste?
Volví a Quito para estudiar
Letras en la Universidad, pero seguía pintando. Yo era el que hacía todos
los trabajos que requerían pintar, decorar, crear algo. Terminé la
universidad y regresé a Veracruz, y como no encontraba trabajo me puse un bar y
lo decoré con mis pinturas. Nunca dejé de pintar, y llegué a hacer
exposiciones en el Puyo. Claro, yo no tenía renombre y tampoco tenía una
formación académica en pintura, pero yo seguía pintando y haciendo trabajos de
diseño en escenarios, carros alegóricos, vestidos típicos, todo lo que
podía. Me convertí en un artista social, un artista para mi pueblo, en un
motor para incentivar a mi gente, especialmente a los jóvenes, a
desarrollarse y salir adelante a través del arte.
¿Cómo
te vino la idea de pintar cuerpos?
Empecé hace unos diez años
porque vi que era una forma de expresión a través de la cual me podía dar a
conocer y que nadie se atrevía a hacer en mi provincia. Quería hacer algo
impactante, y como te digo, como nadie lo había hecho aquí, imagínate la
admiración que causaron los cuerpos desnudos pintados ya con mi forma de
expresar el arte. Eso me motivó a seguir haciéndolo y perfeccionándolo,
incluso hace pocos años gané un concurso nacional de cuerpos pintados, cuando
ya la tendencia había crecido.
¿Qué es
lo que te da la inspiración para tus pinturas en cuerpos?
La inspiración es la selva en
la que yo vivo. Todo este entorno natural que me cuestiona, que me
incita, que me atrae, que me motiva cada día, porque todo tiene vida, todo
tiene movimiento y volumen. Esa naturaleza me dice todos los días que hay
que hacer mil cosas. Por eso mis diseños tienen muchísimas secuencias
amazónicas en líneas, en texturas y en colores. Yo quiero despertar, incitar
algo que no puedo definir, pero que nace de esa naturaleza que me rodea, y qué
mejor que hacerlo en un cuerpo desnudo, masculino o femenino. Yo no pinto
un cuerpo con una idea preconcebida, yo doy rienda suelta a mi imaginación y a
mi creatividad. Por todo eso creo que soy un artista de la cosmovisión,
de la idiosincrasia; el artista de mi pueblo que vive internamente lo que
plasma. Yo vivo todos los días como si fuera el último, no dejo nada para
mañana, quiero trascender con mi creatividad.
Este breve diálogo, emotivo e
inspirador, sirve de preámbulo para que Rodrigo deje salir toda esa
expresividad artística. Invita a Zulibeth Coronel, la bella Reina del
Puyo 2010, para pintar en ella esas mil formas de vida que el bosque
transmite. El resultado es asombroso, una obra de arte efímera tal vez,
pero por esa misma razón intensamente maravillosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario